Por una identidad ecuatoriana
La subvaloración de la cual adolecen nuestros pueblos latinoamericanos obedece a una falta de identidad. Validamos lo foráneo, miramos hacia fuera, no nos reconocemos. El sentido de identidad es clave en la construcción de la personalidad del individuo: si no tengo claro quién soy, si no sé de dónde vengo (origen, sentido de pertenencia) no sabré adónde ir (consecución de metas y objetivos).
La identidad se desprende del sentido de pertenencia: sentimos que pertenecemos a una familia, a una comunidad, a una nación, a una región; a una religión, a una ideología, a un club social, o la hinchada de un equipo de fútbol: sentir que somos parte integrante de una comunidad de personas, de algo más grande que “yo” es lo que nos proporciona identidad. Con la pertenencia nos reconocemos los unos a los otros, nos hermanamos al encontrar y reconocer el factor común. La pertenencia nos fortalece al identificarnos con un grupo y saber que no estamos solos: la suma de las individualidades conforman un solo cuerpo más grande, más fuerte.
Con la identidad nos surge la dignidad, que es la plena conciencia de nuestra propia valía, aceptando nuestra historia personal, así como nuestra historia colectiva. La dignidad es el respeto a sí mismo. Para respetarnos debemos aceptarnos con nuestras fortalezas y debilidades, identificando así nuestras capacidades. Y es con dignidad como encontramos la fuerza generadora que nos impulsa a hacer, a crear, a construir, a dar en lugar de esperar recibir. Y en la dinámica social, al dar recibimos.
Los conceptos de plurinacionalidad y multiculturalidad, si bien es cierto reconocen la diversidad existente en nuestro país, también me dejan un sabor a disgregación. Según el diccionario Larousse, el término disgregar significa: “Separar, apartar las partes de un todo. Contrario: agregar”. Considero válido el reconocimiento de nuestra diversidad. Sí, eso somos los ecuatorianos: un crisol de razas y culturas. Pero creo necesario encontrar un concepto más grande, que ampare, que unifique a esta realidad que somos. Un país, pequeño en extensión territorial como el nuestro, debería trabajar por redescubrir los factores en común que nos integren en un todo, sin dejar de reconocer que ese todo es la suma de sus partes.
El concepto de identidad nos abre un portal para conectarnos con los demás países de la región, al reconocernos inmersos en una identidad latinoamericana, un concepto más grande aun que el primero, y el cual nos facilita la integración de todos los países latinoamericanos con quienes compartimos un pasado histórico, una problemática actual y lo más importante: una visión de unidad y mutua colaboración para alcanzar objetivos más altos que beneficien a nuestros pueblos.
No es casualidad que en la escuela la operación matemática que se nos hacía más amigable era la suma, a diferencia de la división, y es que parecería que los seres humanos estamos programados para sumar, porque sabemos intuitivamente que es la operación que más nos conviene.
La identidad se desprende del sentido de pertenencia: sentimos que pertenecemos a una familia, a una comunidad, a una nación, a una región; a una religión, a una ideología, a un club social, o la hinchada de un equipo de fútbol: sentir que somos parte integrante de una comunidad de personas, de algo más grande que “yo” es lo que nos proporciona identidad. Con la pertenencia nos reconocemos los unos a los otros, nos hermanamos al encontrar y reconocer el factor común. La pertenencia nos fortalece al identificarnos con un grupo y saber que no estamos solos: la suma de las individualidades conforman un solo cuerpo más grande, más fuerte.
Con la identidad nos surge la dignidad, que es la plena conciencia de nuestra propia valía, aceptando nuestra historia personal, así como nuestra historia colectiva. La dignidad es el respeto a sí mismo. Para respetarnos debemos aceptarnos con nuestras fortalezas y debilidades, identificando así nuestras capacidades. Y es con dignidad como encontramos la fuerza generadora que nos impulsa a hacer, a crear, a construir, a dar en lugar de esperar recibir. Y en la dinámica social, al dar recibimos.
Los conceptos de plurinacionalidad y multiculturalidad, si bien es cierto reconocen la diversidad existente en nuestro país, también me dejan un sabor a disgregación. Según el diccionario Larousse, el término disgregar significa: “Separar, apartar las partes de un todo. Contrario: agregar”. Considero válido el reconocimiento de nuestra diversidad. Sí, eso somos los ecuatorianos: un crisol de razas y culturas. Pero creo necesario encontrar un concepto más grande, que ampare, que unifique a esta realidad que somos. Un país, pequeño en extensión territorial como el nuestro, debería trabajar por redescubrir los factores en común que nos integren en un todo, sin dejar de reconocer que ese todo es la suma de sus partes.
El concepto de identidad nos abre un portal para conectarnos con los demás países de la región, al reconocernos inmersos en una identidad latinoamericana, un concepto más grande aun que el primero, y el cual nos facilita la integración de todos los países latinoamericanos con quienes compartimos un pasado histórico, una problemática actual y lo más importante: una visión de unidad y mutua colaboración para alcanzar objetivos más altos que beneficien a nuestros pueblos.
No es casualidad que en la escuela la operación matemática que se nos hacía más amigable era la suma, a diferencia de la división, y es que parecería que los seres humanos estamos programados para sumar, porque sabemos intuitivamente que es la operación que más nos conviene.
FUENTE
http://www.eluniverso.com/2008/06/13/0001/21/956DACC5F3AE43BE862FAB07CC0F86D3.html
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